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Aun con todo, su estreno vino acompañado de polémica. La larga espera de Sissako había merecido la pena. Los resultados, inimaginables en aquel entonces: nominación al Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa, siete premios César y premio en el aclamado Festival de Cannes. Al final se optó por un largometraje que mezclase a profesionales y actores sin experiencia. Sin embargo, Sissako reparó en que tal empresa se presentaba complicada, ya que ninguno de los habitantes podía, dadas las circunstancias, hablar con libertad ].

“Timbuktu” nos habla sobre el terrorismo que amenaza la estabilidad del pueblo africano, un problema que, igualmente, también preocupa a los europeos (en segundo lugar, después de la inmigración, concretamente).Įl proyecto de Timbuktú nació con la idea de realizar un documental sobre la situación en que vivían los habitantes de la ciudad. “Bamako” así mostraba las inquietudes de los africanos sobre si realmente los Estados occidentales se estaban aprovechando de sus recursos y economía preocupaciones y desconfianzas que no nos resultan extrañas, pues nosotros mismos nos mostramos temerosos de que nuestro Estado de Bienestar se encuentre en peligro ante la llegada masiva de inmigrantes. Y de hecho el relato de Timbuktu, como la novela de Conrad, constituye un acercamiento al mayor de los horrores, pero tiene la valentía de “jugar con los grises” que existen tanto en los “buenos” como en los “malos” de la historia. Abderrahmane Sissako, sobre este problema, señalaba que los africanos eran retratados de tal manera que sus problemas parecían misteriosos cuando realmente no tenían preocupaciones muy distintas a las de los propios europeos. Recientemente, de hecho, un candidato a la presidencia apuntó, ante la llegada de inmigrantes, que no quería ablaciones de clítoris en el continente europeo, como si en efecto fuera la práctica más ansiada por cualquier africano después del desayuno –por algún motivo cósmico nos extraña a dibujar a un señor africano meditabundo y filosofando con un té en la mano, acción que, aunque sorprenda a más de un miembro de la Lega Nord, no es patrimonio de los europeos. Retórica que, claro está, no se limita al cine y que constituye el día a día de algunos mandatarios políticos.

Los retratos caricaturescos, y, ¿por qué no decirlo?, cargados de cierto racismo (pues, a fin de cuentas, reducimos al africano a ese señor con machete y ojos inyectados en sangre incapaz de asimilar nuestras “maravillosas” costumbres) aparecen en abundancia en nuestros relatos sobre el horror que albergan determinadas zonas africanas. No son pocas las películas occidentales que han abordado los problemas manifestados en África desde un punto de vista completamente paternalista y describiendo a “los nuestros” como auténticos héroes perdidos en un infierno lleno de salvajes sin capacidad de razonar (véase Black Hawk Derribado (2000), de Ridley Scott, que aborda el escenario somalí tras la caída de Siad Barre). Si la pobreza caracterizaba aquel film, la violencia en nombre del yihadismo que amenaza el Sahel fue el siguiente paso.Īfirmaba la profesora Valerie Orlando que las películas africanas en el nuevo milenio parecen decirle a Occidente que abandone el tópico de describir al continente africano como un corazón de oscuridad (tomando prestado el término empleado por Joseph Conrad) ]. Su anterior película, Bamako, constituía toda una crítica a los préstamos otorgados de “manera altruista” por el FMI y que tenían endeudados a gran parte de los Estados africanos ]. Aderrahmane Sissako había mostrado interés con anterioridad en narrar los problemas que atraviesa el continente africano.